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  • Foto del escritorMarifer Calderón

¿En dónde estamos los adultos?

Al parecer hay una confusión y se cree que la tarea de la crianza es exclusivamente durante los primero años de vida: lactancia, patrones de sueño, control de esfínteres, ingreso al preescolar, hábitos de alimentación.


Otros entienden que va un poco más allá y hay que estar presentes durante los años escolares para ayudar a los hijos a estructurar su vida académica, promover la integración social, y, con suerte, apoyar en el manejo de emociones.

Lamentablemente, también hay quienes piensan que cuando los hijos ingresan a secundaria o preparatoria, ya han hecho lo suficiente, tienen la creencia de que para que sus hijos sean independientes deben dejarlos solos y que necesitan estar con sus amigos para aprender a integrarse a la sociedad.


Nada más equivocado: los adolescentes siguen necesitando a sus padres, a sus maestros y a otros adultos que los puedan guiar y contener hasta alcanzar la madurez. La independencia es justamente un fruto de la madurez y la verdadera integración social se presenta cuando son capaces de encajar en una sociedad de manera proactiva y sin perderse a sí mismos.


La crianza es una tarea de muchos años. Si buscamos en el diccionario la palabra criar, encontramos las siguientes definiciones: 1. Alimentar y cuidar a un bebé o un animal recién nacido hasta que puede valerse por sí mismo. 2. Alimentar y cuidar [una persona] a un animal o una planta para procurar que tenga un crecimiento y un desarrollo adecuados. ¿A qué edad consideras que tus hijos pueden valerse por sí mismos? ¿A qué edad crees que se alcanza el desarrollo máximo de un ser humano?


Si el cerebro alcanza su madurez alrededor de los 24 años, los hijos nos siguen necesitando a esa edad. No podemos ignorar que si bien, los adolescentes no son niños, tampoco son adultos. Están en una importante transición en la que mientras no logran desdoblar su máximo potencial requieren de la guía y contención de personas maduras, es decir, adultos.

Los adolescentes necesitan a sus padres al menos para acercarse a ellos en busca de consejo, o bien para encontrar consuelo. Si nos retiramos antes de tiempo, los estamos dejando solos para enfrentar situaciones que pueden resultarles abrumadoras. Por lo que no es de extrañar que en la actualidad han incrementado distintas problemáticas entre los jóvenes: trastornos de alimentación, autolesiones (cuttings y quemaduras), despertar sexual precoz, promiscuidad, conductas violentas - cyber-bullying, acoso sexual, peleas callejeras - y el consumo temprano de pornografía, vapes, alcohol y marihuana, entre muchas otras conductas que son sólo un reflejo de que algo no está funcionando en sus vidas.


¿En dónde estamos los adultos que no nos damos cuenta de cuánto nos necesitan nuestros jóvenes hasta que aparece un problema?


Si como padres, maestros o tutores, logramos que nuestros adolescentes se sientan atraídos a nosotros, si podemos ser esas figuras que inspiren confianza y seguridad, probablemente nuestros jóvenes puedan acercarse en busca de un consejo. O tal vez, sólo necesiten sentirse escuchados, y cuando hablen tendrán una oportunidad para organizar sus pensamientos y darle forma a sus ideas. Si logramos invitarlos a la reflexión, podrán encontrar un equilibrio entre tanta confusión y probablemente logren tomar mejores decisiones. Parte de nuestra tarea como adultos es sostenerlos amorosamente en experiencias dolorosas para que puedan sentir y tolerar su vulnerabilidad, y así, sean capaces de desarrollar la resiliencia que necesitan para sobreponerse a la adversidad.


Pero si los dejamos solos, las experiencias dolorosas - el rechazo, la vergüenza, la inseguridad…- pueden ser insoportables, su cerebro activará mecanismos de defensa anestesiando el dolor y el sufrimiento. Estarán adormecidos, y su capacidad para sentir se verá mermada, no sentirán miedo, pudor, remordimiento, ternura… y por lo tanto, no podrán cuidar de sí mismos, mucho menos de otros.


¿En dónde estamos los adultos?



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