En los últimos años se habla sobre “educación de las emociones”, y no sólo eso, se pretende que dentro de las escuelas se implementen programas para “enseñar” a los niños pequeños a gestionar sus emociones desde nivel preescolar. Se espera que se autorregulen y controlen sus impulsos, sin recordar que los niños por naturaleza, son inmaduros.
Saber cómo funciona el cerebro nos ayuda a entender las conductas que vemos en niños y adolescentes, incluso en adultos. Conductas que son resultado de las emociones que experimentamos. Además, si nuestra tarea como mamá y papá es llevar a nuestros hijos a desarrollar su máximo potencial como seres humanos, no podemos hacer a un lado el papel fundamental que juega el cerebro en el proceso de maduración, tanto cognitiva como emocional.
Nuestro cerebro empieza a formarse desde que estamos en el útero y cuando nacemos aún no ha terminado su desarrollo, de hecho, alcanza una óptima madurez cerca de los 24 años.
Su construcción se va presentando de la siguiente manera:
De atrás (de las zonas sensitivas y motoras) hacia adelante (hacia las zona racional/lógica)
De abajo (área subcortical) hacia arriba (cerebro superior)
De derecha (emocional) a izquierda (lenguaje y pensamiento)
Si dividimos al cerebro humano en cuatro partes:
Hasta abajo están el tronco encefálico y el cerebelo. Son como “el piloto automático” que se encarga de funciones básicas como los estados de alerta, la respiración y el ritmo cardiaco, actúa de manera automática, involuntaria e inconsciente para ayudarnos a sobrevivir.
En la parte media se encuentra el sistema límbico, es conocida como “cerebro emocional”. Las amígdalas actúan a modo de “alarma”, reciben información del exterior y alertan al cuerpo para reaccionar ante alguna amenaza. sta reacción también es de manera automática, involuntaria e inconsciente. Aquí es en donde surgen las emociones, pero no es aquí en donde aprendemos a gestionarlas.
La parte superior es el “cerebro racional”, encargado de los pensamientos, la memoria y la percepción, estos pensamientos aún no son conscientes.
La corteza prefrontal, como su nombre lo dice, está al frente, en la parte superior y es lo que nos diferencia del resto de los animales. Es en donde se dan los pensamiento conscientes y voluntarios que permiten desarrollar funciones ejecutivas como la concentración, la planeación, la toma de decisiones, el control de impulsos y la regulación emocional. Es aquí en donde aprendemos a gestionar las emociones porque hacerlo es un acto consciente y voluntario.
Es importante que padres, educadores y terapeutas tengan presente que alcanzar una madurez neurológica adecuada para la gestión emocional, difícilmente llega antes de los 7 años. La mayoría de los niños reaccionan en función del cerebro emocional, requieren del progreso de la corteza prefrontal para tomar conciencia de sus sentimientos y de sus conductas. Mientras tanto, necesitan de al menos un adulto cercano, cariñoso y confiable que los pueda ayudar a heterorregular. Es decir, desde afuera, el adulto ayuda al niño a regularse transmitiéndole comprensión y tranquilidad para que, el día de mañana, si las condiciones son las adecuadas, el niño crecerá, irá madurando y será capaz de autorregularse. Esto no sólo toma tiempo, también se requiere que el adulto sea una figura de apego seguro y esté en control de sus propias emociones para que así, el niño pueda encontrar en él la calma que tanto necesita.
Recuerden: las emociones nos mueven a actuar de manera impulsiva, irracional e involuntaria, esta reacción se manifiesta en una conducta que no siempre es aceptable y con frecuencia causa problemas. Es ésta conducta la que hay que aprender a gestionar en el momento que la naturaleza pueda hacer su trabajo - cuando madure la corteza prefrontal - y los adultos a cargo ayudemos a crear las condiciones adecuadas para que esto suceda.
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